Mejorando el poder de las conexiones.

2ejemplosociogramaHace un par de semanas, una persona muy influyente en la organización en la que trabajo  (y a la que respeto), me pidió que le ayudara en la búsqueda de un ponente para una  intervención muy urgente ( menos de tres días). Las únicas precisiones que podía darme eran que debía de tener un perfil senior (prestigio reconocido) y que se dirigiría a un auditorio de médicos y otros sanitarios.  Como el tiempo del que disponía era tan breve, y contando con la dificultad que suponia encontrar a alguien relevante, en un circulo de personas con agendas muy apretadas, ( y también, en parte,  por agradar a mi interlocutor), me lancé inmediatamente a buscar a alguien  que satisficiera esos requisitos.  Lance la petición a los mejores contactos que tenía, con el aviso adicional de que, en caso de que no encontrasen a alguien un su círculo, lo extendieran a otros círculos conectados. ¿El resultado? Lo podéis imaginar. Por un  lado,  numerosas peticiones de aclaración del  perfil  del ponente y delimitación del tipo de temática social a abordar; y, por otro, -en los más decididos-, un aluvión de mensajes ofreciéndose ( y ofreciendo) todo tipo de personas,  y ya con  bloqueo de agenda;(.

Después de muchas horas de disculpas -ya que al final se suspendió el evento-, y mirando la experiencia en positivo, lo consideré como un experimento social al que había asistido  en calidad de  (mal) protagonista, pero del que podía sacar buenas conclusiones.

Pero antes de ir a ellas, os voy a contar dos historias  más (también verídicas) situadas en la época predigital.  Veamos.

  • Un buen amigo mío me comentó que hace unos años, cuando quiso celebrar un importante ascenso profesional, se le ocurrió invitar a todas aquellas personas que le eran afines. Por un lado, estaba toda su red profesional y, por otro, toda su red de amigos y familiares. Me recomendó que nunca hiciera tal cosa.  Juntar en aquella época, en la que las redes sociales aún no habían proliferado, personas de entornos tan diversos, producía dos grupos separados con muy pocos lazos en común. Tanto es así, que conforme avanzaba la fiesta, unos se fueron a un espacio de la casa, y los otros al otro espacio más alejado. Él,  que ya se cansó de intentar hacer de  puente entre los dos colectivos,  acabo refugiado en su cuarto, solo, con  su pareja.
  • La segunda historia fue algo que me sucedió en mi época de estudiante. En algunos colegios religiosos, como un elemento adicional de control, se puso de moda en los años 70  el uso de sociogramas para observar el tipo de interacciones que mantenia el alumnado. Habitualmente, en aquel colegio se solían hacer este tipo de pruebas unas dos veces al año. Pues bien, en una de ellas, una de las personas del círculo con el que yo me relacionaba decidió no escogerme y, a su vez, una de las personas,  muy influyente también, del  otro  grupo de la clase, en aquella ocasión se decidió elegirme como primera amistad. El resultado fue que tuve que ir a dar explicaciones al despacho del director para justificar/explicar elecciones ¡de otros! Lo que se consiguió en esa charla  fue algo que no buscaba: ponernos (al grupo) en alerta ante  este mal  uso de estas herramientas  y, por supuesto, crear ya un abismo de desconfianza ante su  figura directiva.

Pero, con todas estas tres historias, lo que pretendo es reflexionar sobre el poder de las conexiones y sobre su necesidad de valorarlas como elementos poderosos, que han de ser usadas con sentido común. Más específicamente:

  1. Ya antes de la proliferación de las redes sociales, era algo evidente que estar situado como nodo entre grupos te otorgaba un (cierto) poder social. Y este poder, para mantenerlo, te exigía también (una cierta) responsabilidad.  Y te enseñaba que no era algo estático y que puede cultivarse/incrementarse.
  2. Con Internet y la interacción instantánea, todo se revolucionó. Como hace unos años nos enseñara Kevin Kelly (cofundador de Wired) con unos pocos seguidores (lo que él llama los 1000 fans verdaderos) podrías tener la vida resuelta.  Y conseguirlos ahora, que se han acortado espectacularmente los grados de separación, puede significar menos esfuerzo y  dedicación.  Pero, a su vez, implica riesgos y peligros por un potencial uso inadecuado e irreflexivo.
  3. También, insistir en la necesidad de valorar la alfabetización comunicacional ( y relacional) como una de las  competencias digitales que hay que cultivar de forma expresa.
  4. Y, que, al final, tanto en el mundo digital como el mundo analógico, las reglas del sentido común – y de la inteligencia social- son aquellas que mejor pueden acompañar a las vidas y  las carreras profesionales.

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