Me comprometí en la entrada anterior a explicar mi posición acerca de la colaboración en la era del aprendizaje automático (machine learning).
Para empezar, haremos un ejercicio de realismo y bajaremos a la tierra. Es, de entrada, tan atractiva la idea de poder contar con automatismos y rutinas que hagan más sencilla y fácil la colaboración en las organizaciones que podríamos dejarnos llevar por la pasión y ponernos a elucubrar en futuribles, que no son, por mucho que queramos, cercanos.
Por lo tanto, estamos delante de un asunto complejo y que su mejora (posible automatización) (hablaré de ello en la segunda parte del post) debe de suponer (sí o sí) reformas decididas en las organizaciones y , especialmente, en la menos preparada: la Administración Pública.
Pues bien, al hilo de la (ausencia) de la automatización colaborativa actual, podríamos fijar ya, después de este largo tiempo de reflexión y trabajo en lo colaborativo, unas cuantas coordenadas que, creemos, podrían ser compartidas por la mayoría de agentes implicados.
En una escala de 0 a 100, donde 0 es la inexistencia de procesos colaborativos, y 100 es la organización plenamente colaborativa, la Administración Pública se encuentra en la parte inferior. Y, siguiendo con el argumento, podríamos clasificar las organizaciones por su factor colaboración. Yendo al fondo del asunto: la variable diferenciadora que explica las diferencias entre ellas la podemos encontrar en su diseño organizativo. Entendido éste como la existencia, o no, de procesos ( y automatismos) que generan, impulsan y mantienen la colaboración.
¿Cómo podríamos reconocer estas organizaciones diseñadas para la colaboración?
Bastaría con esta pregunta: ¿en tu organización se colabora por seducción (lo hago porque quiero) o por obligación?
Mucho me temo que los que trabajamos en la Administración Pública nos vamos a situar en la seducción (o del grupo de seductores o del grupo de seducidos/no seducidos).
En cambio, existen otras organizaciones que, de entrada , tienen tan claro que la eficiencia (supervivencia en entornos más flexibles) pasa por el conocimiento y el aprendizaje compartido, que diseñan sus políticas de recursos humanos ya pensando en automatizar los procesos colaborativos. (Y, también, ya puestos, y con las mismas metodologías, procesos como la innovación, el impulso al talento, etc). Con lo cual, no dejan estos activos tan importantes en la precarización que supone el depender de la voluntariedad de las personas.
Después, y ya para nota, llegaríamos al estadio final, al paraíso de la colaboración donde ésta es automática. El cual, me temo, tardaremos bastantes años en llegar. Se trataría de organizaciones donde la colaboración es invisible. La tecnología lo haría por nosotros. ¿Un acercamiento a este tipo de organizaciones ya sería posible? Adelantaré algunas ideas relacionadas con el machine learning al final.
Y, volviendo al tema. Podríamos establecer tres categorías de organizaciones en función de su factor colaboración.
- Organizaciones no diseñadas para la colaboración.
Nadie tiene ninguna duda de que, entre otras, éstas son las públicas. Algunos, entre los que me encuentro, nos hemos autoimpuesto, por decirlo con estas palabras, la romántica misión de hacerlas más conectadas, sociables y colaborativas. Con mucho esfuerzo y luchando contra los elementos hemos podido establecer algunos criterios y pautas de de funcionamiento en en estos entornos. Por ejemplo
- Aportaciones del trabajo colaborativo.
- Factores de éxito
- Las condiciones previas ( el momento cero que llama Manel Muntada) para su inicio y su preparación.
- Procesos y procedimientos.
- Las diferentes vías para su sostenimiento.
- Barreras
- El papel del dinamizador, de los mandos intermedios, de la alta dirección.
- Los límites de la colaboración
- Guia de Autoevaluación de las Comunidades de Práctica ( Grupo EDO).
Pero, todo ello, no nos engañemos, sirve, como mucho para conseguir porcentajes de participación que, aun reuniendo todos los factores necesarios, no se llega ni al 5 % del total de la organización. Hace ya tiempo que hemos dejado de pretender que este tipo de procesos fuesen extendiéndose y acabarán por contaminar a toda la organización. Los límites son claros y se vienen repitiendo sea cual sea la unidad organizativa que la lidere.
Organizaciones tan complejas como las públicas, con procesos muy definidos y poco flexibles, roles tan marcados; y ahora, con cargas de trabajo tan elevadas, y sin el impulso de una buena tecnología, dejan un espacio reducido para la colaboración. Con lo cual, y no nos cansaremos nunca de decirlo, allí donde se han conseguido instaurar CoPs, se tiene un mérito inmenso. Y, al final también, (y es como un premio de consolación) se consigue que la organización tenga (un poco más) cultura de participación. Pero, como decíamos, estaremos lejos del paraíso soñado de la colaboración por defecto.
Al final sacamos la conclusión, a efectos operativos, que en estas organizaciones no diseñadas para la colaboración, el margen de actuación es escaso:
- Hay grupos (comunidades sin ellas saberlo) que por las especiales condiciones de su práctica laboral crean factor de identidad entre ellos ( se reconocen como miembros de un colectivo ) y necesitan interacción permanente para hacer bien su trabajo (las tres condiciones de E.Wenger). Pues bien, aquí se tiene asegurado el éxito. Están ahí y solo hay que ayudarlas. Solo aquí es natural la colaboración. (En nuestro caso, en el programa Compartim, desde hace 10 años vienen funcionando varios grupos con estas características, y funcionan solos. Son casos en los que la colaboración les hace hacer mejor su trabajo).
- Pero, no nos engañemos, en muchos otros colectivos, por mucho que queramos trasladar estas experiencias colaborativas, cuando no las necesitan para hacer mejor su trabajo, como mucho, vamos a montarles grupos de trabajo. Serian el equivalente a los grupos de mejora de los años 90. Y es muy loable, y tiene que hacerse, pero, en puridad, esta es una colaboración forzada y un poco artificial. Y cuando cesa el impulso inicial que la pone en marcha, desaparece.
- Y esta lógica de dificultades de afiliación, también es de aplicación para otro tipo de procesos participativos más informales. Las redes de colaboración. Hemos idealizado la participación y tratamos, por todos los medios, de que nuestros espacios de debate y aportación, sean los más visitados y comentados. Si tenemos mucha pericia (y muchos amigos), por un tiempo limitado lo vamos a conseguir. Pero, y es lo que comprobamos frecuentemente, cuando pasa el tiempo, y no profesionalizamos figuras para que lo gestionen, la participación decae y desaparece.
Con lo cual, volvemos al punto de partida: hay algo que mal diseñado en la organización.
2-Organizaciones diseñadas para la colaboración.
Éste sería el reto. Y, creo, tal y como en numerosas ocasiones ha recogido el profesor Jiménez-Asensio, que en las organizaciones públicas, si se hubiera desarrollado el EBEP, se habría posibilitado. Por ejemplo, ya están previstos suficientes elementos (carrera profesional, valoración del desempeño, gestión y formación por competencias, carrera directiva profesional) que debidamente desarrollados, se podrían utilizar para estos fines.
(En la próxima entrada propondré una arquitectura organizativa que teniendo en cuenta estos elementos , podría llevarnos de esta fase romántica y vocacional, a escenarios de colaboración por defecto).